miércoles, 18 de marzo de 2015

La angustia de los ocho meses

Cuando nuestros bebés lloran siempre buscamos una causa, algo que justifique el porqué de ese comportamiento para no creer en lo que en realidad muchas veces sucede y es que el "enano" es simplemente un plasta y no tiene más motivo que ese para quejarse.
Sin embargo, las madres y a veces (pero menos) los padres, buscamos información sobre lo que puede pasarle en función de la edad que tiene y la verdad es que suele coincidir con algún momento clave de su desarrollo. Así, cuando tiene tres meses se dice que llora más porque puede estar atravesando por una de sus primeras "crisis de crecimiento" y por ello necesitan más alimento y se despiertan más a menudo de lo que venían haciendo hasta entonces; a los cuatro puede que estén brotando los dientes y de ahí que se comporte algo peor o esté más irritable; a los cinco aprende a darse la vuelta y entonces quiere practicar también de noche; a los seis quizá ya sí que asomen esos dos dientes inferiores y eso era lo que le tenía inquieto; a los siete...el libro gordo de Petete y entre los ocho y los nueve meses, que es donde yo me encuentro ahora, llega la llamada "angustia de separación" o "angustia de los ocho meses".

Esa etapa, dicen los expertos, es un momento en el que los bebés son conscientes de que son seres independientes de la madre y surgen los temores de que ésta les abandone, de ahí a que empiecen a extrañar a las personas que no conocen o ven a menudo y tornan su hasta entonces habitual sonrisa a un llanto o un puchero cada vez que alguien se les acerca más de la cuenta. Además, siguen a la madre con la vista allá donde va y le alza los brazos a todas horas porque es donde se encuentra más seguro. Todo esto unido a que por la noche lloran desconsolados sin motivo aparente e incluso con los ojos cerrados empiezan a berrear. En fin, que es una etapa muy pesada y encima no es de dos ni tres días sino que puede durar incluso meses, hasta seis he llegado a leer. Con lo que nos ponemos ya en los trece o catorce meses, cuando seguro que otro acontecimiento "alterador" afecta al comportamiento del peque.

Luego llegan las rabietas de los dos años, las pesadillas y terrores nocturnos, el comienzo del cole, la llegada de un hermanito, las vacaciones y cambios horarios, el trabajo de mami y papi....en fin, que es un no parar de preocupaciones que asumimos (con gusto) los padres y... quién no lo haga que no hubiera tenido niños. Y digo esto porque siempre te encuentras con los típicos padres que se quejan por lo que sea, aunque aseguran que los suyos duermen y comen de maravilla, pero que son unos trastos y no paran quietos...Faltaría más! y qué queréis si son niños, que estén sentaditos todo el día y no molesten ni para pedir agua!. Vamos, que quejarse de vicio no eh? que para eso estamos los que no descansamos ni de noche ni de día.

Y vosotr@s lectores...¿en qué etapa os encontráis con vuestros hijos? Contad vuestras experiencias que así enriquecemos el blog.


martes, 3 de marzo de 2015

Por fin un diagnóstico: tiene RGE


Antes de la llegada del otoño, cuando aún paseábamos en manga corta y dormíamos sin arroparnos, el peque empezó con mocos. Todavía no había cumplido ni tres meses y ya estábamos con el suero fisiológico y el ventolín, que fue lo primero que le recetaron para su primer "catarro". Así pasaron los días y no mejoraba en absoluto, aunque al no escuchar ruido en el pecho le retirábamos el salbutamol. Los primeros quince días se hicieron eternos, pues empezó a dormir mal y cuando lo hacía sus ronquidos no nos dejaban descansar a su padre ni a mi. Varias veces acudimos a Urgencias porque pensábamos que se ahogaba con tanto moco pero los tratamientos volvían a ser los mismos: ventolín si tose mucho, algún corticoide y suero fisiológico antes de las tomas (aún estaba con pecho).

Cuando cumplió cuatro meses, ante el estancamiento en la curva del peso (nació con 3.700), nos aconsejaron introducir cereales en su dieta pero su peso no aumentaba demasiado, pues empezó a vomitar más de la cuenta y tampoco le vacunaron en ese "estado mocoso" por si empeoraba.

Buscando y buscando información di con un diagnóstico previo: tiene reflujo gastroesofágico. Todos los síntomas coincidían con lo que le pasaba al "enano" y ni corta ni perezosa fui a su pediatra y se lo dije. Me hizo un volante para la especialista en Digestivo Pediátrico, que resulta solo hay una persona para toda una provincia con lo que la espera ha sido de la mitad de la vida de mi hijo (desde los cuatro a los ocho meses).

Mientras tanto, seguíamos buscando las posibles causas de esos síntomas, pues todavía nadie nos había dicho nada seguro. En enero un pediatra nos alertó de la posibilidad de alergia a la proteína de la leche de vaca y compramos una leche especial además de pasar yo una semana sin ingerir lácteos, pues seguía con lactancia materna. Seguía más o menos igual pero le hicieron  pruebas cutáneas de alergia por si las moscas y nada, NEGATIVO. El niño estaba perfecto pero era "una fábrica de mocos". Tengo que confesar que hasta hubiese preferido que tuviera esa dichosa alergia con tal de dar con la causa.....